Empecemos por lo que no es procrastinar. No es pereza ni mala gestión de tu tiempo. Está directamente relacionada con las emociones. Tim Pychyl, un profesor de psicología y miembro del grupo de investigación sobre procrastinación en la Universidad Carleton en Ottawa, Canadá, dijo: “La procrastinación es un problema de regulación de emociones, no un problema de gestión de tiempo”.
La procrastinación se deriva de la palabra griega “akrasia” que significa “hacer algo en contra de nuestro mejor juicio”. Con el tiempo, esta definición se transformó y en la actualidad se le conoce como “el hábito de postergar actividades o responsabilidades por otras más sencillas o satisfactorias”. ¿Y por qué preferimos hacer tareas más sencillas? Porque es una manera de enfrentar las emociones y estados de ánimo negativos que ocasionan esas tareas más complicadas que posiblemente relacionamos con el aburrimiento, ansiedad, inseguridad, frustración, resentimiento y más.
En esencia, la procrastinación es un asunto de emociones, no de productividad. La solución no involucra descargar una aplicación que nos ayude a gestionar nuestro tiempo. De acuerdo a los especialistas, la procrastinación afecta el nivel de autoeficacia de cada individuo y lo hace entrar en un círculo vicioso.
Frente a las tareas que nos causa cierta incomodidad, aparecen los pensamientos negativos y nos cuestionamos si somos capaces de terminarlas, si el resultado va a complacer a los demás o incluso a uno mismo. Al final, después de dar muchas vueltas, concluimos que mejor lo hacemos otro día cuando estemos de mejor ánimo. Y así sucesivamente. Es decir, la justificación es el inicio de la procrastinación y ello nos conlleva a la ansiedad, el estrés, bajo autoestima y (adivinen qué más…) la culpa.
Te son familiares frases como: ¿por qué no realicé mi trabajo antes? ¿Y si no acabo a tiempo? ¿Y si todo me sale mal y no tengo otra oportunidad? Y, así, hacemos una lista infinita de supuestos que no tienen respuestas porque no somos Nostradamus y, mientras tanto, los niveles de estrés siguen subiendo.
¿Cómo deja uno de procrastinar?
Según Judson Brewer, director de investigación e innovación en el Centro de Plenitud Mental de la Universidad de Brown, para reconfigurar cualquier hábito, tenemos que darle a nuestro cerebro la “mejor y más grande oferta”. En el caso de la procrastinación, tenemos que encontrar una recompensa que nos motive a dejar de evadir tareas y que alivie esos sentimientos desafiantes que se presentan. Para eso necesitas una estrategia, ya que la fuerza de voluntad muchas veces no funciona como esperas.
Te doy unas ideas:
1. Aléjate de las tentaciones (si sabes que te distraes revisando tus correos electrónicos, desactiva las notificaciones y pon tu celular fuera de tu alcance).
2. Anota las tareas pendientes para enfocarte en cumplirlas (aquí te digo cómo).
3. Divide la tarea en pequeñas partes.
4. Fija fecha de vencimiento (recuerda que nada dura para siempre; te ayuda a organizarte mejor).
5. Respira, no se trata de correr una maratón para acabar con tus tareas. De hecho, te comparto este dato que obtuve del Blog de Trello: trabajar por un periodo de 52 minutos con un descanso de 17 minutos podría ser el sprint ideal para aumentar tu productividad y dejar de procrastinar. Esto también ayuda a lidiar con el estrés.
Recapitulemos. Procrastinar está directamente ligado a tus emociones. Así que es momento de afrontarlas porque no van a desaparecer hasta que hagas esas tareas pendientes. Aplica algunas de estas recomendaciones y anda a la acción. Qué mejor premio que sentir la satisfacción de cumplir un objetivo, grande o pequeño, todo suma. Y, eso, tiene un valor inmenso.
“No hay nada que no puedas hacer, si tienes los hábitos correctos” – Charles Duhigg.
[…] En el contexto de un proyecto, es común sucumbir a la tentación de procrastinar, posponer tareas cruciales y perderse en distracciones irrelevantes. La autodisciplina actúa como el pilar que te permite establecer una estructura sólida y un horario definido para tu trabajo.[…]